lunes, 9 de agosto de 2010

Los isleños arropan la cabalgata y el programa la noche en blanco



Los isleños arropan una cabalgata que tuvo como invitados a los bandoleros de Grazalema · Las carrozas y actuaciones de la comitiva supusieron la antesala a la primera noche en blanco de la ciudad
El fuerte viento de levante arrastra la imponente armonía de la Obertura 1812 de Tchaikovsky por toda la calle Real, una arteria que ayer volvió a abarrotarse de isleños que disfrutaron, desde la plaza del Carmen hasta las inmediaciones de Capitanía, de la segunda gan cabalgata del Bicentenario. La pieza de este compositor ruso nace de una de la decena de carrozas que conforma la cabalgata en la que se han escenificado distintas escenas de este pasaje de la historia que a la postre resultó la conquista de las libertades del ciudadano moderno. Así, quedaron representados los baluartes defensivos que se emplearon en La Isla para repeler el ataque de los franceses, las barcas que los escopeteros salineros utilizaban para colarse en el laberinto de marismas y torpedear al ejército de Napoleón y en otra, se hace lectura pública de la gesta para conocimiento de todos los asistentes al evento.
Junto a las carrozas, ya a pie de calle, el resto de la comitiva se repartió por toda la cabalgata empezando por unos gigantes y cabezudos, a los que siguió el grupo del centro de mayores con trajes de época y el grupo De ida y Vuelta que para la ocasión representó una corrida goyesca con Lagartijo -un torero que realmente existió entonces- intentando rematar la faena con un toro algo díscolo. Y un poco más atrás, el grupo invitado, los bandoleros de Grazalema, los cuales, con sus trabucos, incorporaron áun más sonido a la de por sí estruendosa cabalgata. Unos bandoleros que durante todo el itinerario hicieron de las suyas y así, a la altura de la freiduría Virgen del Carmen, decidieron asaltarla para proveerse de unos buenos cartuchos de pescaíto frito con los que reponer fuerzas.

Bandoleros que dieron un buen susto a más de uno entre los asistentes ya que en eso consistía, en hacer a los asistentes participar de toda la diversión. Tampoco hizo poco el toro, que en unas ocasiones se sentaba en alguna de las sillas de las terrazas y en otras atacaba al torero, que tenía que ser llevado en volandas por sus ayudantes. Y las calles abarrotadas de un público isleño, pero también repleto de visitantes que, expectantes, aguardaban la llegada de la comitiva. Unos a otros se preguntaban: "¿pero esto qué es?, ¿lo del Bicentenario?".


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